Si empezamos por esto último, lo que Zena Hitz quiere transmitir vendría a ser que el aprendizaje es una experiencia humana fundamental y que, si bien puede profesionalizarse, en realidad es algo que acontece a escondidas y en la intimidad, “en las reflexiones introspectivas de niños y adultos, en la tranquila vida de los ratones de biblioteca, en los vistazos furtivos al cielo matutino camino al trabajo o en el estudio distraído de los pájaros desde la tumbona”. La interioridad, en definitiva, es un aspecto clave de la condición humana que puede despertarse de modos imprevistos.
Ahora bien, hay muchas cosas que las personas aprendemos porque sí, como un reto o por pura afición. ¿Qué es, entonces, lo que tiene la vida intelectual para servir de inspiración a otras facetas de la vida? Aquí es donde la tesis de Hitz se robustece, pues sostiene que, la vida intelectual alimenta formas de comunidad no basadas en la competición, sino en el amor a los demás, que se expresa al reconocer en el otro una indigencia común y un afán por buscar respuestas a las preguntas fundamentales de la vida.
La propuesta pedagógica del libro a favor del estudio personal nace, también, de la inquietud de la autora ante «la educación por proyectos de indagación», típica de «la nueva pedagogía» anclada en el siglo pasado, que dificulta que la experiencia intelectual pueda darse incluso donde debería florecer con más naturalidad, como en la escuela. Las líneas que dedica al aprendizaje de persona a persona y al crecimiento en humanidad que acompaña al estudio cuando se toma en serio, así como algunas de las figuras que elige para ejemplificar las virtudes de la vida intelectual (singularmente, la Virgen María), son sencillamente cautivadoras.