Trabajar sin distracciones, clave para el éxito

Lo sabemos: las empresas tecnológicas se rifan nuestra atención, como lo hace la industria del entretenimiento, las compañías de publicidad, las aplicaciones, los medios, hasta los influencers.

Somos carne de clic. Es como si, bajo el capitalismo digital, todo estuviera dirigido a alterar nuestro ecosistema cognitivo y la atención se hubiera convertido en el nuevo oro.

Nos sabotean la concentración con el mismo empeño con que se buscaban pepitas en el légamo. Miren el móvil o el ordenador: lleno de notificaciones que, en casa, nos recuerdan lo que abandonamos sin atender en la bandeja de entrada del despacho y cuando estamos en la oficina nos avisan de las tareas domésticas pospuestas.

Yonquis de la atención

Dicen que hay una epidemia de cortisol y que cada vez encontramos más dificultades para desconectar o para separar el trabajo de la vida familiar, lo que ha dado lugar a un subgénero dentro del campo de la autoayuda. “Gestión del tiempo” o “productividad” lo llaman. En él, como en la literatura dedicada a la salud, hay de todo: desde “recetas milagrosas” hasta aplicaciones para jerarquizar las tareas y consejos más contrastados que funcionan.

Lo dramático no es que el estrés nos aturda desde primera hora de la mañana o que miremos el móvil para atender las prioridades del jefe al poco de desperezarnos. Nos disgusta sobre todo comprobar que nuestro sueño vocacional ha quedado anegado por el agua que empleamos en apagar fuegos durante la jornada laboral. El problema, según explica Cal Newport en Céntrate es que la sociedad del conocimiento premia a quienes piensan, son creativos o resuelven problemas. En fin, a todos aquellos que tienen un buen desempeño intelectual, para lo cual se requiere concentración, tiempo, soledad. Esfuerzo. Y de eso andamos escasos.

Paradójicamente, la sociedad y el sistema económico actual erosionan nuestra capacidad de concentración, que es el principal recurso en el que se sustenta nuestra civilización del conocimiento

¿Cómo hacer, en este contexto de disipación cognitiva y desmotivación, un trabajo serio, trascendente, que deje huella? Newport, que es de los que apuestan por la profundidad existencial y recuperar el sentido artesanal del trabajo, se ha convertido en una autoridad. Y sin necesidad de promocionarse en Twitter. En este sentido, es una rara avis: vive lo que predica y está convencido de que la mejor carta de presentación no es postear, sino realizar contribuciones admirables.

Dicho de otro modo: Newport no es una marca vacía, ni un “vendehúmos”, un espécimen, por cierto, que abunda entre quienes se dedican a comerciar con los anhelos de éxito de muchos incautos. Tiene un mensaje importante que transmitir y es consciente de que lo que dice no sigue al mainstream y de que exige demasiado de los lectores. Pero no está ahí para regalar sus oídos.

Un recurso escaso

Newport no tiene redes sociales; gestiona el correo electrónico en tiempos muy concretos del día, con la escrupulosidad de un guardavías; contabiliza las horas que dedica a pensar y habitualmente no trabaja más allá de las cinco o seis de la tarde. A pesar de que no mira el móvil como un poseso y se complace en hacer algo tan humano como prometedor como es aburrirse, su currículum es envidiable.

Sus ensayos son fruto de una reflexión personal. Hazlo tan bien que no puedan ignorarte critica el consejo pueril de muchos padres y gurús a los adolescentes que afrontan la dramática tarea de elegir su rumbo profesional: sigue tu pasión. Para Newport, la recomendación es perniciosa porque no recuerda lo que precisa el joven para descubrir su vocación y crecer: el valor del esfuerzo y la tenacidad.

Céntrate, que ve ahora la luz en castellano, es una joya. La tesis es sencilla: paradójicamente, la sociedad y el sistema económico actual erosionan nuestra capacidad de concentración, que es el principal recurso en el que se sustenta nuestra civilización del conocimiento. Reuniones, mails, clientes, servicios de mensajería instantánea, ambientes laborales tóxicos… todos ellos son fenómenos que fatigan, desincentivan el “trabajo profundo”, de calidad, el que marca la diferencia y es, además de rentable, satisfactorio personalmente.

En efecto, “las grandes tendencias en el mundo actual de los negocios disminuyen nuestra capacidad para llevar a cabo un trabajo a fondo”. Eso significa que quienes sepan llevarlo a cabo –quienes, en definitiva, adquieran competencias que les habitúen a esforzarse, concentrarse, aprender y ser creativos– serán profesionales mucho más valiosos y las compañías se pelearán por obtener sus servicios.

Trabajo profundo vs. trabajo superficial

Con solo echar un vistazo a los libros que cita o a los consejos que da Newport uno se puede hacer una idea de por dónde dirige sus reflexiones. Habla de Sertillanges, un dominico de estricta observancia tomista, que explicaba en un libro delicioso –La vida intelectual– los principios y condiciones del trabajo espiritual. Siguiendo al escolástico, Newport cree que disciplinarse en el silencio, la memorización o reservar momentos para reflexionar puede ser el revulsivo que necesita el hombre de hoy para realizar un trabajo de calidad.

Newport cree que disciplinarse en el silencio, la memorización o reservar momentos para reflexionar puede ser el revulsivo que necesita el hombre de hoy para realizar un trabajo de calidad

Pero ¿qué se entiende por trabajo profundo? La mayor parte de nuestra jornada laboral nos la pasamos enfrascados en resolver tareas intelectualmente poco exigentes, con escasa estimulación cognitiva, que ejecutamos en medio de distracciones. Se trata de actividades que no crean valor –en muchos casos, pueden ser automatizadas, lo que significa que nuestro puesto, por muy duro que suene, es prescindible– y son fáciles de replicar.

A diferencia de ellas, el trabajo profundo se refiere a “actividades profesionales que se llevan a cabo en un estado de concentración desprovisto de distracciones, de tal manera que las capacidades cognitivas llegan a su límite”. Se trata de un trabajo que crea valor, mejora nuestras aptitudes y hace posible la innovación.

A pesar de que el trabajo profundo es rentable, valioso y dispensa, como muestra Cal Newport, muchos beneficios tanto desde un punto de vista neurológico como psicológico –es mucho más satisfactorio en términos existenciales y contribuye a incrementar la autoestima y nuestras habilidades–, a día de hoy parece que todo se confabula para torpedear su ejecución. De ahí que, en la segunda parte de su sugerente ensayo, Newport ofrezca criterios para hacerlo posible en un contexto tan despistado como el nuestro.

Eliminar lo superficial

Para Newport, decidirse por el trabajo profundo exige un compromiso personal y mucha, mucha, dedicación y perseverancia. Dicho de otro modo: hay que plantearse un cambio de vida radical. Requiere, por ejemplo, encontrar un ritmo personal, reservando periodos del año, franjas semanales o diarias para realizar esas tareas que marcan la diferencia en términos cualitativos.

Afortunadamente, el ensayo no se queda en abstracciones. Eso es lo que hace tan aconsejable y sí, también profundo. Aconseja tener un ritual concreto que sirva para “cambiar el chip”, llevándonos del día a día superficial, frenético y trivial a esos momentos de atención plena. Apuesta por una vida de ascesis, en la que mantengamos la dopamina a raya: menos Netflix y menos Twitter, más lectura, más paseos. Más meditación.

“Si estás dispuesto a dejar de lado la comodidad y el temor, para esforzarte y desplegar al máximo las capacidades de tu mente, descubrirás, tal como lo han hecho otros antes, que la profundidad propicia una vida rica en productividad y sentido”. Es todo un reto el que tenemos por delante, pero es apasionante el camino porque adentrarse en él –esforzarse en la obra bien hecha– depara un gozo inigualable.