En realidad, la Agenda contiene algunos objetivos y metas con las que es difícil no estar de acuerdo, como la erradicación de la pobreza y el hambre, el cuidado del planeta, la salud y la educación, etc. Así, muchos de ellos están en perfecta sintonía con la visión cristiana del mundo.
Sin embargo, la Santa Sede presentó desde el comienzo ciertas reservas en relación con algunos aspectos de la Agenda. Un año después de ser adoptada por la ONU, el entonces representante del Vaticano, Bernardito C. Auza, publicó una amplia nota, en la que se revisan algunos puntos del proyecto que presentan ambigüedades o serias limitaciones. De hecho, la Santa Sede ofreció una alternativa con los Objetivos Laudato Si’. Recientemente, el mismo Bernardito C. Auza, que es hoy nuncio en España, ha vuelto a poner de manifiesto estas reservas a la hora de aceptar de forma acrítica la Agenda 2030 en su totalidad. En una reciente conferencia señalaba algunos elementos de contenido que no parecen universalmente aceptables.
Por otra parte, no es solo el contenido lo que plantea ciertas dudas. El mismo Auza hablaba del riesgo de caer en formas de colonialismo ideológico. También Higinio Marín ha reflexionado sobre el proyecto como tal (en su blog se pueden encontrar varias intervenciones). Le parece problemático, plantear una propuesta de “transformación cultural del conjunto de las tradiciones del planeta para su uniformización en un nuevo sentido común”. En efecto, mediante el planteamiento de objetivos deseables para todos se termina estableciendo un marco de imposición ideológica en el que el Estado se erige en la única fuente de autoridad moral que, entre otras cosas, arrincona o ignora la dimensión religiosa del hombre y limita el pluralismo.
A la vez, hay serias carencias en el plano del contenido, como el hecho de que no se tenga en cuenta la realidad de la familia, más que como lugar de posible violencia o abuso.