El periodista español Jordi Évole propuso al Papa Francisco reunirse con diez jóvenes para abordar algunas cuestiones espinosas que van desde el aborto hasta los abusos, pasando por la ideología de género, la ordenación de las mujeres o la inmigración. El resultado es Amén: Francisco responde, un documental que estrena Disney con un despliegue publicitario absolutamente extraordinario para un producto religioso. Aunque para ser rigurosos, habría que decir que –más que religioso–, estamos ante un producto periodístico, y de ahí su interés.
Como señalaron los responsables de Disney en su presentación a los medios, el documental está dirigido a un público ajeno a la Iglesia católica y como una muestra de la enseñanza del Papa sobre una Iglesia en salida y en contacto con las periferias, no solo materiales, sino existenciales.
Los jóvenes que acompañan al Papa son una catequista feminista, una exmonja lesbiana que ha sufrido abusos de poder y que se declara atea, una inmigrante india, un africano musulmán cuya familia llegó desde Senegal a España en patera, una joven no binaria, un italiano ateo, una víctima de abusos sexuales, una chica evangélica que sufrió bullying y anorexia de pequeña, una madre soltera que trabaja haciendo porno en internet y una chica del Camino Neocatecumenal. Todos derrochan carisma y se mueven a sus anchas delante de la cámara y todos, excepto la última chica, tienen una postura muy crítica hacia la Iglesia católica, motivada, en gran parte, por sus dramáticas vivencias. El Papa les escucha –mucho– y, más que responder a sus dudas, que se van sucediendo con rapidez y beligerancia, insiste en la idea de acogida: todos tienen un lugar en la Iglesia y en el corazón de Jesucristo.
Hay que reconocerle a Francisco la valentía y la apertura. No hay ningún tema que censure ni que se niegue a contestar, aunque a veces reconozca –explícitamente o con gestos–, que hay cuestiones desconocidas para él, como cuando se habla de Tinder o de prostitución a través de apps. En esas cuestiones, el liderazgo de la comunicación y la defensa de la doctrina católica los toma la chica neocatecumenal, que es un ejemplo de lo que ha dicho muchas veces el Papa Francisco: que “el mejor medio de evangelizar a un joven, es otro joven”.
En otras cuestiones, como el aborto y, sobre todo, la ordenación de las mujeres, el Papa se muestra contundente al afirmar la doctrina de la Iglesia, a pesar de que, por las caras de su interlocutora, se perciba claramente que sus argumentos no le convencen. No parece importarle al Papa, que –insisto– más que dar una catequesis televisada, pretende ejemplificar una actitud evangelizadora.
Desde esta perspectiva se entiende y valora un documental que, si no, tiene el peligro de enfadar a todos y no contentar a ninguno. Ni a los que están dentro de la Iglesia, que se pueden sentir heridos por algunas expresiones coloquiales del Papa sobre conventos que vulneran los derechos humanos o grupos corruptos que abusan de menores, y que echarán de menos una defensa más enérgica ante las críticas de los jóvenes; ni a los que están fuera de la Iglesia y pretenden que el Papa cambie la doctrina, porque se sentirán defraudados ante muchas de las afirmaciones del Papa Francisco.
¿Una encerrona?
No es extraño que la confluencia de El follonero con el Papa del “hagan lío” haya terminado en encerrona. Amigable, y de ahí las innumerables explicaciones y piropos de Évole, pero encerrona al fin y al cabo. El periodista ha confesado que el Papa le pidió que, al menos, hubiera una católica. Y la hay, aunque la presentación de la chica, frente a las imágenes idílicas de la joven no binaria con su novia o la madre soltera con su hija, resulten toda una declaración de principios: si eres católica convencida, lo más seguro es que tu madre sea una bruja que os haga rezar extrañas oraciones reunidos en círculo. Y que además seas millonaria. Aunque sea solo un apunte, muestra bien la idea que los directores del documental tienen de la Iglesia, y la que transmiten los jóvenes protagonistas. Unos jóvenes cuidadosamente seleccionados, que –quitando un par de excepciones– hace mucho que no pisan una iglesia y que, sin embargo, no tienen empacho en describirla como una institución inquisitorial, cerrada y excluyente. Términos que quizás podrían describir la Iglesia de sus abuelos pero que no responden a la tónica general de la Iglesia actual.
Y el problema que tienen las encerronas es que, a veces, puedes salir vivo, que es el caso del Papa, pero sales siempre magullado. Y el Papa sale herido cuando condena con firmeza los bajos salarios pero no condena con esa misma firmeza la industria de la pornografía en internet. Y no porque el Papa defienda la prostitución, ni porque sea un machista, sino simplemente porque la protagonista de la historia –una madre soltera con un embarazo dramático y una situación económica precaria– y su manera de explicar su trabajo –algo confusa, especialmente para una persona mayor– le atan las manos a Francisco para poder criticar con mayor contundencia. La televisión no entiende de matices y, al final, hubiera parecido un monstruo o un dogmático.
Lo mismo ocurre con las dos personas dañadas por instituciones de la Iglesia: el joven cuenta los abusos sexuales que sufrió por parte de un profesor del Opus Dei y la chica, los abusos de poder en un convento. Francisco les consuela y critica con contundencia los atropellos. Explica lo que está haciendo la Iglesia y señala que el problema son los grupos corruptos que torturan a los jóvenes. Pero no parece que con esto el Papa quiera decir que el Opus Dei sea un grupo corrupto. Entre otras cosas, porque solo unos meses después declaraba en otra entrevista que el Opus Dei trabajaba muy bien en la Iglesia y que él era muy amigo del Opus Dei, y no se suele presumir de tener amigos corruptos. Además, hace un par de años elevaba a los altares a una mujer del Opus Dei, en un acto –una beatificación– que sí es un acto de magisterio de la Iglesia (un programa de televisión, no). Tampoco parece que el Papa, que siempre ha venerado el estado religioso, quiera ahora acabar con los conventos. Pero, aquí, otra vez, se encuentra la encerrona. En la situación de una mujer que sufre y que se ha apartado de la Iglesia, y en la de un joven que, además, protagoniza un caso sumamente embrollado, porque el acusado, doce años después de la primera denuncia, tras cientos de apariciones de la familia de la víctima en medios y después de haber sido condenado y acatar y cumplir la condena, sigue defendiendo su inocencia y sosteniendo que el Papa está mal informado. Y quizás tenga algo de razón porque –es solo un pequeño detalle– el joven le dice al Papa que el profesor acusado sigue dando clases, cuando en realidad lleva once años apartado de la enseñanza. Ante la explicación del chaval de que un primer juicio de la Iglesia absolvió al profesor, el Papa le dice –como no podía no hacerlo– que lo revisarán. En prime time. El chico tiene la promesa, Évole, el titular… y al Papa le dejan el lío.
O, por último, la emboscada del pañuelo verde. Un símbolo especialmente agresivo de la defensa, no ya de la legalización del aborto como drama o problema, sino del aborto como derecho humano y universal. Y eso lo sabe cualquiera que lea los periódicos y lo sabe el Papa, que además es argentino y que conoce el durísimo debate del aborto en su país. Pero quien le da el pañuelo verde es una chica inundada en lágrimas, que da catequesis en su parroquia y que ve cómo los sacerdotes rechazan, insultan y maltratan a las mujeres que abortan (habrá que investigar esa extraña parroquia), y el Papa recoge el pañuelo, en un gesto que vale oro para los defensores del aborto y es un mazazo para quienes buscan otras alternativas. Y es verdad que inmediatamente después el Papa dice que una cosa es acoger y otra justificar, pero en televisión una imagen vale más que una encíclica. Con otras palabras: Évole controla el medio; el Papa, el mensaje, pero en televisión el medio es el mensaje. Y el Papa sale vivo, pero herido, del embate.
Ana Sánchez de la Nieta (Aceprensa)